jueves, 24 de marzo de 2011

Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad - continuación

Cristianismo tolerancia social y homosexualidad
Introducción (continúa)

A pesar de que las categorías «realistas» de lo «natural» y lo «antinatural» se usan con gran imprecisión,[18] pueden mencionarse dos supuestos que subyacen en la creencia en la «antinaturalidad» de la homosexualidad en concepciones comparativamente «realistas» de la «naturaleza». Es probable que el más reciente de ellos, el de que el comportamiento intrínsecamente no reproductivo es «antinatural» en sentido evolucionista, se aplique de manera incorrecta a los gays. En todo caso, es difícil imaginar que la falta de reproducción haya podido conducir a la intolerancia de los gays en las sociedades antiguas, que idealizaban el celibato, ni en las modernas, que consideran perfectamente «natural» la masturbación, puesto que tanto una práctica como la otra tienen consecuencias reproductivas idénticas a las de la actividad homosexual. Evidentemente, esta objeción es más una justificación que una causa del prejuicio.

El segundo supuesto estriba en la idea de que la homosexualidad no tiene lugar entre animales, con excepción de la especie humana. En primer lugar, es fácil demostrar que no es verdad: la conducta homosexual, que a veces implica la formación de parejas, se ha observado en muchas especies animales tanto en libertad como en cautiverio.[19] Ya en época de Aristóteles se había comprobado este hecho y, por increíble que parezca, lo aceptan individuos que, a pesar de ello, siguen repudiando el comportamiento homosexual en razón de su ausencia en otros animales. En segundo lugar, la afirmación se sostiene también sobre otro supuesto –el de que el comportamiento típicamente humano no es «natural»–, insostenible en casi cualquier contexto, ya sea biológico, ya filosófico. En efecto, muchos animales presentan conductas peculiares a su especie, pero a nadie se le ocurre que tal comportamiento sea «antinatural»; por el contrario, se lo considera parte de la «naturaleza» de la especie en cuestión y es útil a los taxonomistas para distinguir la especie de otros tipos de organismo. Si la especie humana fuera la única en mostrar deseos y conducta homosexuales, difícilmente podría esto servir como fundamento para incluir unos y otra en la categoría de lo «antinatural». La mayor parte de las conductas que las sociedades humanas más admiran son conductas exclusivamente humanas: ésta es en verdad la razón principal por la cual se las respeta. Nadie puede siquiera imaginar que la sociedad humana se resista «naturalmente» a la alfabetización porque se trate de algo desconocido entre otros animales.

2. Una categoría completamente ajena a la oposición «natural/antinatural» depende de lo que podría denominarse «naturaleza ideal».[20] Los conceptos de «naturaleza ideal» se asemejan a los significados de «naturaleza real» y están marcadamente influidos por éstos, pero también difieren radicalmente en tanto presuponen explícitamente que la «naturaleza» es «buena».[21] Tanto si se piensa que la «naturaleza ideal» incluye todas las cosas físicas como que sólo comprende las no humanas, siempre se ha creído que opera con vistas a lo «bueno». Hay cosas «naturales» que pueden ser tristes, extremadamente penosas, incluso tener aspecto de malas, pero se puede mostrar que, a largo plazo y en gran escala, todas tienen como resultado final algo deseable o valioso. Todo lo que es verdaderamente vicioso o malo debe ser «antinatural», pues la «naturaleza» no puede producir el mal por sí mismo. Los conceptos de «naturaleza ideal» están vigorosamente condicionados por la observación del mundo real, pero, en última instancia, están determinados por valores culturales. Esto es particularmente notable en el caso de lo «antinatural», que en tal sistema se convierte en un vehemente circunloquio de «malo» o «inaceptable». Una conducta que para los individuos que se hallan bajo la influencia de la «naturaleza ideal» sea ideológicamente tan extraña o personalmente tan repugnante que no parezca presentar ninguna cualidad que la redima, merecerá el calificativo de «antinatural» prescindiendo de que no ocurra nunca o de que ocurra a menudo en la naturaleza («real»), entre los seres humanos o en los animales inferiores, pues habrá que suponer que jamás, bajo ninguna circunstancia, pudo haber sido producida por una naturaleza «buena». No es sorprendente que los partidarios de las concepciones «idealistas» de la naturaleza tilden a menudo de «antinatural» el comportamiento sexual que les merece objeción desde el punto de vista religioso o personal. Lo sorprendente es en qué medida quienes niegan conscientemente la naturaleza «ideal» se ven influidos por aquella descalificación. El caso de las actitudes respecto de los gays ilustra claramente esta confusión, así como la existente entre convicción religiosa y antipatía personal.

La idea de que la homosexualidad es «antinatural» (introducida tal vez por una observación incidental de Platón)[22] se extendió en el mundo antiguo debido al triunfo de los conceptos «idealistas» de naturaleza sobre los «realistas».[23] En particular durante los siglos inmediatamente posteriores al surgimiento del cristianismo, las escuelas filosóficas que veían en la «naturaleza» idealizada la piedra de toque de la ética humana ejercieron una profunda influencia en el pensamiento occidental y popularizaron la noción de que toda sexualidad no procreadora era «antinatural». Aunque posteriormente este argumento cayó en descrédito, en el siglo XIII fue resucitado por la escolástica al punto de convertirse en un concepto decisivo, incluso de control en todas las ramas del saber, desde las ciencias técnicas a la teología dogmática. Las consideraciones científicas, filosóficas e incluso morales que subyacen a este enfoque han sufrido desde entonces una pérdida casi total de prestigio y son conscientemente rechazadas por la mayor parte de las personas cultas; pero aún persiste el impacto emocional de términos tales como «antinatural» y «contra natura». A pesar de que la idea de que los gays «hacen violencia a la naturaleza» precede en dos milenios al surgimiento de la ciencia moderna y se basa en conceptos totalmente ajenos a ella, hay mucha gente que transfiere el antiguo prejuicio a un imaginario marco científico de referencia sin advertir las grandes contradicciones implícitas en ello, y concluyen que la conducta homosexual hace violencia a la «naturaleza» que describen los científicos modernos y ya no a la «naturaleza» que idealizaran los filósofos antiguos.

Incluso en el nivel de la moral personal, la persistencia del concepto de «antinatural» en este contexto, una vez abandonado en casi todos los otros, constituye un índice significativo del prejuicio en el que realmente se inspira. Hubo en la historia sistemas éticos basados en la «naturaleza» que rechazaron conductas tales como afeitarse, cultivar flores dentro de la casa, colorear vestimentas, bañarse con regularidad, controlar la natalidad y otras muchas actividades que realizaban diariamente los mismos individuos que empleaban el término «antinatural» para justificar su antipatía respecto de los gays. En resumen, la objeción de que la homosexualidad es «antinatural» no parece ni científica ni moralmente convincente, y es probable que no constituya otra cosa que un epíteto descalificador de enorme impacto emocional debido a la confluencia de prejuicios históricamente consagrados e ideas erróneas acerca de la «naturaleza». Lo mismo que «no-liberal» (o «antiliberal»), «no-ilustrado» (o «anti-ilustrado») y «no-norteamericano» (o «antinorteamericano») y otras negaciones igualmente imprecisas, es posible que ofrezca un buen blanco a la hostilidad, pero difícilmente podrá concebírsela como el origen de las emociones que lleva implícitas.

Además de arrojar una luz más clara sobre la relación entre, por un lado, la intolerancia, las creencias religiosas y los peligros imaginarios y, por otro lado, la sociedad, el estudio del prejuicio contra los gays ofrece otra ventaja que aquí se analizará: reveladoras visiones de las semejanzas y las diferencias de la intolerancia respecto de muchos grupos y características diferentes. En varios sentidos, las historias independientes de grupos minoritarios europeos son una misma historia, y en este estudio se han trazado multitud de paralelismos con grupos cuyas respectivas historias se relacionan con la historia de los gays o la reflejan. Por ejemplo, la mayor parte de las sociedades que toleran libremente la diversidad religiosa, también aceptan la variación sexual, y el destino de los judíos y de los gays ha sido casi el mismo a lo largo de la historia europea, desde la primitiva hostilidad cristiana hasta el exterminio en los campos de concentración. Las mismas leyes que oprimieron a los judíos oprimieron también a los gays; los mismos grupos obstinados a la eliminación de judíos trataron también de hacer desaparecer la homosexualidad; los mismos períodos de la historia europea que no fueron capaces de dejar espacio a la peculiaridad judía reaccionaron violentamente contra la disconformidad sexual; los mismos países que insistieron en la uniformidad religiosa impusieron estándares mayoritarios de conducta sexual. E incluso se utilizaron los mismos métodos de propaganda contra los judíos y contra los gays, métodos que presentaban a unos y a otros como animales consagrados a la destrucción de los hijos de la mayoría.[24] Pero también hay diferencias significativas, que ocuparán un lugar extremadamente importante en el presente análisis. Por ejemplo, el judaísmo pasa conscientemente de padres a hijos, y ha sido capaz de transmitir, junto con sus preceptos éticos, una sabiduría política recogida durante siglos de opresión y de vejámenes: aconseja cómo apaciguar las mayorías hostiles, razonar con ellas o evitarlas; cómo y cuándo presentar un perfil desdibujado, cuándo realizar gestos públicos; cómo llevar los negocios con enemigos potenciales. Además, ha sido capaz de ofrecer a los miembros de su comunidad por lo menos el consuelo de la solidaridad ante la opresión. Si bien los guetos europeos mantenían encerrados a los judíos, también mantenían fuera a los gentiles; y la vida de la familia judía florecía como la principal referencia social para un grupo separado de la mayoría en muchos aspectos de su historia, e infundía a cada individuo no sólo un sentimiento de comunidad en el presente, sino también de pertenencia a las largas y veneradas tradiciones de sus antecesores. En su mayor parte, los gays no provienen de familias gays. Sufren opresión individualmente y en solitario, sin la ayuda de ningún consejo ni, a menudo, de sostén emocional alguno de sus parientes o amigos. Esto hace que su caso resulte, en cierto sentido, más comparable al de los ciegos o los zurdos, que también están dispersos en la población general y no segregados por la herencia y, en muchas culturas, son también víctimas de la intolerancia. Sin embargo, el caso de los gays es más revelador aún que el de la mayor parte de las minorías dispersas, porque normalmente son socializados como miembros ordinarios de la sociedad, ya que raramente los padres advierten que sus hijos son gays hasta que no se desarrollan plenamente. Sus reacciones y las reacciones de quienes les son hostiles ilustran, pues, la intolerancia de una manera relativamente poco complicada, sin variables accidentales tales como la asociación atípica, la incapacidad para contribuir a la sociedad o, ni siquiera, una anormalidad ostensible. En todos los respectos, salvo en uno, la mayor parte de los gays son exactamente como quienes les rodean, razón por la cual la antipatía para con ellos es un ejemplo particularmente elocuente de intolerancia.  

Únicamente cuando las actitudes sociales son favorables, los gays tienden a constituir subculturas visibles. En sociedades hostiles se vuelven invisibles, lujo que les es concedido por la naturaleza esencialmente privada de su apartamiento de la norma, pero que acrecienta enormemente su aislamiento y reduce drásticamente la efectividad de su influencia. Cuando vuelven los buenos tiempos, no hay mecanismo que estimule la adopción de medidas que impidan la repetición de la opresión: no hay abuelos gays que recuerden los pogromos, no hay literatura gay del exilio que recuerde a los vivos el destino de los muertos, ni conmemoraciones litúrgicas en tiempos de crisis y de sufrimiento. Hoy en día hay relativamente pocos gays conscientes de la gran variedad de situaciones en que los tiempos colocaron a su género, y no parece haberlos habido en las sociedades anteriores. Debido a esto, salvo en los casos en que llegaban a ejercer una autoridad considerable, la libertad, el sentido de identidad y, en muchos casos, la supervivencia de los gays dependía casi totalmente de las actitudes populares hacia ellos. Generalmente, la historia de las reacciones públicas ante la homosexualidad es, pues, en cierta medida, una historia de la tolerancia social.

Es justo señalar que, al margen de las ventajas que presentan los gays para el estudio de la intolerancia, también tienen importantes inconvenientes. El más fundamental es que la antigüedad del prejuicio contra los gays y su sexualidad ha dado como resultado la deliberada falsificación de los registros históricos que a ellos conciernen hasta bien entrado el siglo actual, lo cual vuelve particularmente difícil la reconstrucción de su historia. En el mundo antiguo, apenas se conocía la distorsión de este tema,[25] pero ésta se amplió considerablemente con el abrupto cambio de la moral pública que siguió a la caída del Imperio Romano de Occidente. La ignorancia fue la fuerza principal que se escondía tras la pérdida de información acerca del tema en la Europa medieval –en la literatura medieval, Alcibíades aparece ocasionalmente como una compañera de Sócrates–[26], pero también era evidente la pesada mano del censor. En un manuscrito de El arte de amar, de Ovidio, por ejemplo, se enmendó una frase que originariamente decía «El amor de un muchacho me atrae menos», para que dijera «El amor de un muchacho no me atrae en absoluto», al tiempo que una nota marginal informaba al lector: «Por tanto, puede el lector estar seguro de que Ovidio no era sodomita».[27]

Naturalmente, es fácil descubrir observaciones de esta calaña, y los tiempos más modernos recurren a medios más sutiles para distinguir entre sentimientos gays y sexualidad. Cambiar el género de los pronombres fue un artilugio popular al menos desde que el sobrino nieto de Miguel Ángel lo empleó con el fin de que los sonetos de su tío resultaran más aceptables para el público;[28] y los eruditos continuaron con el engaño aun cuando no estuviera en juego la reputación de nadie: cuando, a comienzos del siglo XIX, Francis Gladwin tradujo al inglés las fábulas morales persas de Sadi, transformó intencionalmente todas las historias de amor gay en romances heterosexuales mediante la alteración de los pronombres ofensivos.[29] Todavía a mediados del siglo XX se seguían falsificando de esta guisa los ghazels de Hafiz.[30]

Una aproximación más honesta al texto, pero seguramente no más ilustrativa, es la supresión. Esta podía ir desde la omisión de una sola palabra que indicara el género (que es el caso común cuando el original revelaba que el objeto de amor en el Rubaiyat es en verdad un hombre)[31] hasta toda una obra, como los Amores del pseudo Luciano, que Thomas Francklin expurgó de su traducción porque contenía una disputa acerca de qué sexo era preferible como objeto erótico para los varones: 19 Pero como ésta es una cuestión que, al menos en esta nación, está ya zanjada desde hace mucho tiempo a favor de las damas, no hace falta más discusión: por esta razón, así también como por algunas otras de índole más material, que no tendrán dificultad en imaginar quienes estén familiarizados con el original, se omite el Diálogo por completo.[32]  (continúa ...)

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