viernes, 1 de abril de 2011

Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad - continuación

Introducción (3 ra parte)

(Las razones de índole más material a las que alude este texto pueden consultarse hoy en una traducción razonablemente honesta de M. D. MacLeod en el vol. 8 de la edición de LC de las obras de Luciano.)

En las traducciones inglesas suelen eliminarse incluso los pasajes hostiles a la sexualidad gay,[33] y la supresión de detalles relacionados con la homosexualidad afecta relatos históricos que difícilmente pueden considerarse chocantes o excitantes, como cuando el Oxford Classical Dictionary observa que los amantes áticos Harmodio y Aristogitón mataron al tirano Hipías «movidos por diferencias privadas».[34]

Es probable que los esfuerzos más cómicos por ocultar la homosexualidad al público sean los que llevaron a cabo los editores de Loeb Classics, la colección estándar de textos clásicos griegos y latinos con traducción inglesa. Hasta hace muy poco, muchas secciones de las obras griegas de esta serie que trataban abiertamente de homosexualidad no se tradujeron al inglés, sino al latín, y ciertos pasajes explícitos en latín fueron volcados al italiano.[35] Además del comentario ambiguo de la moral de los lectores italianos que este procedimiento lleva implícito, tiene el curioso efecto de destacar todos los pasajes procaces de los principales clásicos, de modo que el lector interesado (y con el adecuado conocimiento de idiomas) sólo tiene que hojear la traducción inglesa en busca de los pasajes en latín o en italiano. La práctica se aplicó por igual a los escritores profanos y a los sagrados: se llegó a considerar que incluso las condenas cristianas de los actos homosexuales eran demasiado provocativas para los lectores ingleses.[36]

Al igual que en cualquier otro tema, las verdades a medias son más engañosas que las puras mentiras, y las mayores dificultades del historiador residen en ligeras tergiversaciones de sentido en traducciones aparentemente completas y fieles. La traducción inglesa oculta todo un tesoro de informaciones en un verso de Cornelio Nepote que dice así: «En Creta se considera loable que un joven tenga gran cantidad de aventuras amorosas».[37] En un ámbito de opinión que no diera por supuesto que las referencias a las aventuras amorosas implican automáticamente la heterosexualidad, esta traducción sólo parecería demasiado vaga; pero para los lectores modernos es lisa y llanamente falsa. El sentido original del comentario es: «En Creta se considera loable que un joven tenga todos los amantes [masculinos] posibles».[38]

A veces, la ansiedad por reinterpretar o enmascarar relatos de homosexualidad ha inducido a los traductores a introducir en los textos conceptos completamente nuevos, como cuando los traductores de una ley hitita que aparentemente regula el matrimonio homosexual, incluyen palabras que alteran por completo su significado,[39] o cuando Graves «traduce» una cláusula inexistente en Suetonio para sugerir que una ley prohíbe los actos homosexuales. En muchos casos, tales distorsiones contradicen otros fragmentos del mismo texto: en la traducción de Loeb de la Metamorfosis de Ovidio, el latín inpia virgo («niña desvergonzada») se convierte, debido a su aparición en un contexto homosexual, en «niña antinatural», aun cuando Ovidio calificara específicamente sus deseos como «naturales» sólo unos pocos versos antes.[40]

No es asombroso que sean tan raros los análisis precisos de gays en un contexto histórico cuando son tan formidables las barreras que impiden el acceso a las fuentes a todos aquellos que no sean versados en lenguas antiguas y medievales. Incluso quienes se han tomado el trabajo de aprender las lenguas necesarias, se encuentran con que la mayor parte de las ayudas léxicas rehuyen comentar el significado de términos relacionados con actos que los lexicógrafos desaprueban;[41] sólo el trabajoso cotejo y una extensísima lectura de las fuentes capacita al investigador para descubrir con cierto grado de precisión las acciones y las actitudes de culturas anteriores que no se avenían a los gustos del estudioso moderno. Mientras una nueva generación de traductores no quite las hojas de parra, la investigación en gran escala seguirá siendo muy difícil.

Una segunda dificultad para la investigación de este tipo de intolerancia es que versa sobre cuestiones sexuales y emocionales esencialmente personales,[42] que raramente se registran en documentos oficiales, salvo en sociedades que se caractericen por la hostilidad a tales sentimientos y en las que se hayan adoptado medidas para eliminarlos. Sin embargo, incluso este tipo de registro es falaz, y no cabe duda de que sería erróneo sacar conclusiones relativas a la situación de los gays en la mayor parte de las ciudades norteamericanas a partir de las sanciones legales que teóricamente les afectan, y es indudable que estudios preciosos sobre este tema se equivocaron al cargar demasiado el acento en la existencia de estatus restrictivos. La simple observación de que algo es ilegal puede ser sumamente engañosa si no se comenta al mismo tiempo en qué medida esas leyes se respetaban, se apoyaban o se aprobaban. Los monumentos de amor son principalmente literarios: lo que una factura de venta o un registro de impuestos son a la historia económica, son los poemas y las cartas a la historia de las relaciones personales y de las actitudes a ellas asociadas. En consecuencia, este estudio se apoya mucho más en las fuentes literarias que la mayor parte de los textos históricos. A menudo las obras literarias se centran en lo insólito y pueden presentar más bien lo extraño que lo ordinario, pero esto también vale para las fuentes históricas más convencionales, que en general registran acontecimientos notables más que sucesos comunes. En especial durante la Edad Media –cuando el resultado de las aventuras militares podía comunicarse mediante una poesía bastante fantástica, y los historiadores sobrios informaban a sus lectores acerca de milagrosos acontecimientos que incluso los contemporáneos encontraban increíbles– no había clara división entre fuentes históricas y fuentes literarias, de modo que el problema es menos grave de lo que podría parecer.

Sin embargo, las fuentes literarias presentan problemas especiales. Muchos de ellos se analizarán más adelante y en forma individual a medida que se vayan planteando, pero hay uno de carácter general que merece una consideración preliminar: el cuestionamiento de esas fuentes en calidad de registros históricos sobre la base de lo que podría denominarse «teoría histórica de la emanación literaria». De acuerdo con este enfoque, si se puede demostrar que algo ha tenido un antecedente literario en una cultura anterior, su aparición en una posterior carece de significado en cualquier contexto que no sea el de la derivación artística. Por ejemplo, si los escritores romanos imitan la poesía homosexual griega, se puede tener la seguridad de que esos versos son meras imitaciones y que no representan sentimientos verdaderos. Se supone que si es posible mostrar que los griegos imitaron formas anteriores, tampoco ellos habrían experimentado sentimientos homosexuales, y la verdadera empresa del conocimiento histórico estribaría en descubrir el pueblo original que fue el único en experimentar emociones reales y el que legó al resto de la especie humana los motivos que las literaturas posteriores imitaron luego mecánicamente. Es evidente que la imitación de temas homosexuales es un hecho significativo por sí mismo. En la mayoría de las culturas occidentales previas a la segunda mitad del siglo XX, era imposible publicar poesía homosexual de ningún tipo sin peligro de persecución, aun cuando se reconocieran los intereses homosexuales de los griegos y la poesía de éstos fuera objeto de estudio y de admiración. El que los autores romanos publicaran un considerable volumen de poesía homosexual –con o sin ostensible influencia helénica– es una prueba de una gran diferencia entre la sociedad romana y las posteriores. La cantidad de maneras de expresar la atracción erótica es limitada, y más limitada aún la variedad de sexos objeto de esta atracción. Es ridículo valerse del hecho de que un autor se sienta atraído por ambos sexos como prueba de su derivación de Ovidio, o de sus sentimientos pederastas como prueba de su imitación de fuentes griegas. Todo aquel que se sienta estimulado por muchachos puede escribir sinceramente versos pederastas, no obstante haberlo hecho antes los griegos. En este contexto es notable: a) que nunca se sugiera que las imitaciones de la poesía lírica heterosexual sean una prueba de que los escritores en cuestión no tienen auténtica experiencia de atracción heterosexual, teoría igualmente probable desde el punto de vista de la «emanación histórica»; y b) que el hecho de que los escritores cristianos posteriores imitaran regularmente los estilos literarios de los padres de la Iglesia no se considere como prueba de falta de sinceridad: por el contrario, en este contexto, la consciente conservación de una tradición literaria se tiene como demostración de la persistencia de los sentimientos que dieron origen a esa tradición. Una última desventaja estriba en la dificultad de evitar los estereotipos anacrónicos, que constituye un problema científico mucho más serio tanto para el autor como para el lector de este tipo de estudios. Es improbable que, en toda la historia de Occidente, haya habido una época en que los gays fueran víctimas de una intolerancia más extendida y violenta que durante la primera mitad del siglo XX, de modo que no cabe esperar que las conclusiones sobre la homosexualidad que se infieran a partir de las observaciones de los gays en las naciones occidentales modernas produzcan generalizaciones más correctas y objetivas que las realizadas sobre los judíos en la Alemania nazi o los negros en el sur de Estados Unidos antes de la Guerra de Secesión. Hasta hace muy poco, era pequeñísimo el porcentaje de gays que querían identificarse en público como tales, y esas personas, dadas las reacciones que con toda razón podían esperar, debían de ser atípicas.

Por tanto, es menester una extrema prudencia a la hora de proyectar en los datos históricos ideas sobre los gays que sólo derivan de muestras modernas, y probablemente atípicas por completo, de este tipo de personas. La idea de que los hombres gays son menos masculinos, por ejemplo, y de que las mujeres gays son menos femeninas, deriva casi seguramente más de la antipatía a la homosexualidad que de la observación empírica. En las culturas que profesan intolerancia respecto de los gays existe una creencia generalizada de que los varones sólo se verán eróticamente afectados por lo que esas culturas consideran femenino –y las mujeres, sólo por lo que se define culturalmente como masculinidad–, y esa creencia lleva inevitablemente a prever que los varones que deseen atraer a otros varones serán «femeninos», y las mujeres eróticamente interesadas en otras mujeres serán «masculinas». La conformidad atípica a las expectativas en lo relativo al sexo se muestra distribuida al azar en la mayor parte de las poblaciones, con total independencia de la preferencia sexual; pero bastará un pequeño porcentaje de mujeres gays más masculinas, o unos pocos hombres gays más femeninos que sus contrapartidas no-gays, para confirmar el estereotipo en la mente de un público predispuesto a creer en él y en general desprovisto de amplios muestreos de control. (De ser posible, se ignora la existencia de hombres afeminados que no sean gays o de mujeres heterosexuales masculinas, o bien se los considera como parte del abanico normal de la adaptación humana.)

Sin embargo, no debe pensarse que tales estereotipos afectaran a las sociedades más tolerantes, ni que se diera por supuesta alguna conexión entre homosexualidad y conducta sexualmente «inapropiada».[43] Por el contrario, entre los pueblos antiguos que reconocían la probabilidad y la propiedad del interés erótico entre personas del mismo sexo, se solía suponer que los hombres que amaban a otros hombres debían ser más masculinos que sus contrapartidas heterosexuales, debido al razonamiento lógico (aunque no convincente) de que los hombres que amaban a hombres los emularían y tratarían de parecérseles, mientras que los hombres que amaban a mujeres terminarían asemejándose a ellas, esto es, «afeminados». (Probablemente la inversa fuera cierta para las mujeres, pero la preocupación por los roles sexuales femeninos no parece haber sido tan aguda en todas las épocas.) Posiblemente, el ejemplo más llamativo de este contraprejuicio es el discurso de Aristófanes en El banquete de Platón. Leemos en este diálogo, 192a: Quienes aman a hombres y sienten placer en acostarse con hombres y en ser abrazados por hombres son también los muchachos más hermosos y jóvenes, y –naturalmente– los más masculinos. Los que los acusan de desvergüenza mienten; no hacen tal cosa por falta de vergüenza, sino que abrazan lo que es como ellos por pura valentía, por pura virilidad. Una prueba clara de esto nos la da el hecho de que, una vez adultos, son los únicos que se comportan como hombres en sus carreras públicas.


(Cf. el discurso de Fedro. Este pasaje puede ser una caricatura, pero no por eso es menos revelador.)

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[34] OCD, s. v. «Aristogitón»; para una discusión más abierta, véase comentarios de Platón, más adelante en el capítulo Definiciones.

[35] La última edición LC de obras de Marcial (1968) proporciona traducciones inglesas de pasajes que en ediciones previas se habían impreso en italiano. En correspondencia personal, el editor, G. P. Goold me informó de que los nuevos fragmentos ingleses eran «de editorial». No hay en el texto mismo indicación alguna de autoría de los pasajes recientemente traducidos. Para un ejemplo griego, véase más adelante, o bien ediciones de Diógenes Laercio, para ejemplos latinos, véase LC, Marcial, Juvenal, Suetonio, Catulo, etc.

[36] Como en la Epístola de Bernabé de LC (en The Apostolic Fathers), 10: 6-8 (1: 377; cf. el original en p. 376). A menudo el latín es impreciso: véase más adelante, p. 169. En Fathers of the Second Century, los padres prenicenos, vol. 2, ed. C. Coxe, Nueva York, 1885, hay pasajes del Paedagogus de Clemente de Alejandría que se presentan en latín y no en inglés (por ej., pp. 259, 260-262). Se hallará una traducción completa en la serie Fathers of the Church.

[37] Cornelio Nepote, On the Great Generals, trad. de J. Rolfe, Nueva York, 1929, pref. 4, p. 369.

[38] Laudi in Creta ducitur adulescentulis quam plurimos habuisse amatores, ibíd., p. 368. Una impresión completamente engañosa es también la que produce la traducción LC de un verso de Séneca Padre, que da a entender que un liberto fue juzgado por cargos de homosexualidad: «mientras defendía a un liberto al que se acusaba de ser amante de su patrono» (Controversiae, 4.10, trad. M. Winterbottom, Londres, 1974, p. 431). La palabra que se ha traducido por «amante» significa en realidad «concubino» y se usa en la literatura latina para designar a un esclavo oficialmente empleado para el desahogo sexual. La crítica del empleo de un liberto con esta finalidad es una objeción tan débil respecto de la homosexualidad como la crítica de la prostitución femenina lo es respecto de la heterosexualidad. Además, en la versión latina no está en absoluto claro que la homosexualidad tenga nada que ver con los cargos contra el liberto: la interpretación más probable es que esto sólo se trajo a colación como un recurso más de reprobación durante el juicio por otras acusaciones.

[39] Para la ley y la interpolación, véase E. Neufeld, The Hittite Laws, Londres, 1951, pp. 10-11; también J. B. Pritchard, Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament, Princeton, N.J., 1950, p. 194). Sobre opiniones en desacuerdo, véase J. Pedersen, Israel, Oxford, 1926, 1: 66; D. R. Mace, Hebrew Marriage, Londres, 1953, p. 224; y Bailey, pp. 35-36. Los hititas también tenían leyes que prohibían específicamente el incesto padre-hijo (cuadro 2, 189), restricción que difícilmente se podría encontrar en una sociedad en que la homosexualidad no fuera asaz conocida y (al menos en ciertos contextos) legal.

[40] Ovidio, Metamorfosis, 10.345, trad. Frank Miller (Metamorphoses, 1916; reimpr., Cambridge, Mass., 1976), 2:89; en contradicción con los versos 324 ss., esp. 330-331. «Antinatural» es un anacronismo o una inserción que gozaba de la preferencia de los traductores, convencidos de que todas las épocas habían considerado la conducta homosexual a través de la lente de los prejuicios modernos. Podrían citarse centenares de ejemplos. H. Rackham traduce el griego άημπμξ (tal vez, «indecoroso») por «antinatural» en la Nicomachean Ethics [Ética a Nicómaco] de la LC, Nueva York, 1926, 7.5.3, aun cuando Aristóteles juzgaba específicamente esta conducta como «natural» y él mismo la criticaba por su índole «animal» (por ej., εδνζώδεζξ). También la edición de NEB incorpora este concepto en Jer, 5, 25 («Tu mal comportamiento ha subvertido el orden de la naturaleza»), aún cuando el hebreo “ עֲוֹנֽוֹתֵיכֶם הִטוּ־אֵלֶה no menciona en absoluto la «naturaleza», y el concepto era desconocido para el autor de Jeremías. (Incluso la LXX, cuyos autores probablemente estaban familiarizados con este concepto, vierten el pasaje sin referencia a la «naturaleza»; la edición KJV dice: «Tus iniquidades han hecho desaparecer estas cosas».) En contraste, la edición de NEB no incluye el concepto de «naturaleza» en su traducción de Judas 10, aun cuando está presente en la versión griega.

[41] Por ejemplo, en el léxico normal del griego clásico (LSJ), bajo la trivial palabra ποβίγεζκ se encuentra, más que un equivalente inglés, el latín paedico. Y si entonces se consulta el léxico latino normal, A Latin Dictionary, ed. C. T. Lewis y Charles Short, Oxford, 1879, para buscar qué significa paedico, se lee: «que practica vicio antinatural». En realidad, ambas palabras significan muy específicamente «penetrar el ano», concepto que sin dudapuede resultar desagradable a muchas sensibilidades, pero al que es menester aproximarse mucho más que la vaga expresión «que practica vicio antinatural». El significado preciso de ποβίγεζκ y de paedico suele ser decisivo en los textos clásicos. Para un empleo todavía más engañoso, véase ibíd., s.v. irrumo, una interesante palabra latina que no tiene equivalente en ninguna lengua europea. Lewis y Shon dicen que significa «tratar de una manera ofensiva o vergonzosa, abusar, engañar» y citan a Catulo como fuente. En este pasaje de Catulo, como en tantos otros sitios, la palabra significa «ofrecer el pene para una chupada», y es una pena que el único significado de esta palabra deba ocultarse al público. Hasta la identidad de las partes del cuerpo es escamoteada al público de habla inglesa; Lewis y Short dan mentula (que quiere decir «picha» o «polla») por membrum virile. Para el griego, Jeffrey Henderson ha publicado hace poco una excelente herramienta de trabajo, The Maculate Muse: Obsceno Language in Attic Comedy, New Haven, 1975, aunque, desgraciadamente, las secciones relativas a la homosexualidad dejan mucho que desear en precisión y objetividad. No hay equivalente para el latín.

[42] Pero no necesariamente privadas: los atenienses y los romanos son muy abiertos en materia de sentimientos homosexuales, y las relaciones gays eran «públicas» en el sentido de abiertamente reconocidas y generalmente aceptadas. Sin embargo, no requerían la supervisión ni la regulación del Estado de la misma manera que las relaciones heterosexuales, de modo que los registros acerca de su existencia son más escasos y más personales. Esquines vs. Timarco, el Erotíkós de Demóstenes y otras pocas oraciones públicas sobre el tema constituyen raras excepciones a lo que se acaba de afirmar.

[43] Esto es particularmente cierto del «afeminamiento» en los varones. El uso de la feminidad como medida de indeseabilidad o de debilidad pertenece más bien a un estudio de la misoginia; los otros sentidos de «afeminado», esto es, «cobarde», «débil», «moralmente inferior», sin mayor pertinencia a los varones gays que a los que no gays, quedan por completo excluidos de este estudio.
[33] Por ejemplo, en la traducción de H. von E. Scott y C. C. Swinton Bland del diálogo de César de Heisterbach, The Dialogues on Miracles, Londres, 1929, se han suprimido diversos detalles del castigo que se inflige a un sacerdote muerto por actos homosexuales, pp. 157-159; cf. el original citado más adelante en el capítulo La Alta Edad Media, n. 46.